Falsos privilegios, derechos mínimos

Creo que el Covid nos está enseñando mucho nuestros falsos privilegios, falsos ya que debieran ser derechos mínimos.

Mientras el teletrabajo, los ahorros para afrontar un Erte o la tranquilidad de saberse con un trabajo cuando todo termine, nos deja jugar plácidamente a la play, darnos a la lectura voraz o hacer nuestra sesión de yoga en casa, miles de personas no tienen qué comer, los comedores sociales están saturados. Aquellas que no tenían, no tienen y menos tendrán trabajo, así como, muchísimas personas que han seguido trabajando expuestas, bien por hallarse dentro de los denominados héroes y heroínas de actualidad (sanidad, supermercado, etc), bien por ser las olvidadas de siempre, porque las obras han parado poco, las personas fontaneras nos han desatascado todo, las repartidoras nos han traído la comida y el último artilugio de Amazon para entretenernos a la puerta de casa y las temporeras y migrantes, nos han hecho posible la comida mientras viven como si no hubiera pandemia.

En estos momentos de acentuación del individualismo se nos está olvidando lo de la lucha por las más débiles. Lo de salir a la calle ahora que se puede, hasta nos lo estamos pensando. Tenemos el privilegio de poder quedarnos en casa si queremos un ratito más, la excusa de no contagiar, aun con las medidas de seguridad sanitarias, nos está echando un gran cable.

Ahora que tendríamos que estar exigiendo un cambio en el empleo, de poner la vida en el centro, como venimos años reclamando, de cambiar el modelo capitalista asesino de masas, por algo justo y sin desigualdades, etc. Ahora que hay que gritar que nos estamos destruyendo, que destruimos el mundo, y que el futuro si no lo cambiamos, tiene tintes de ser una extensión de pandemia perpetua. Ahora nos da el síndrome de la cabaña, se nos olvida la gente que muere de hambre y de miseria, haya o no covid. Y en vez de salir a la calle a cambiar todo (con las medidas sanitarias dada la situación, lejos del facherío irresponsable y con la responsabilidad que nos caracteriza) nos quedamos en casita con nuestro compañero Netflix.

Porque las personas más necesitadas saben del confinamiento y nos esperan sin problema para echarles una mano cuando toque. Ya si eso volveremos, cuando nos obliguen, al trabajo y al desconfinamiento por los intereses económicos, y será como si hubiéramos recibido un cocotazo que nos despierte de este sueño de pandemias y de paso nos devuelva la conciencia de clase.

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