No, no tenéis derecho

Como casi todos los días desde que estoy en casa de baja y mientras me tomo el café (el primero), esta mañana me dispuse a leer las noticias internacionales. Además de las «serias», de medios digitales respetados y cuyas opiniones maniqueas respecto a la política y/o economía resultarían hilarantes si no fuesen tan peligrosas, he de reconocer que también disfruto con algún que otro medio bastante más sensacionalista. Qué le voy a hacer, con algo tendré que distraer esta cabeza para que no piense en la hipoteca, las facturas, los dolores y la vida en general.

Ojeando como decía, o mejor dicho «pantalleando» las noticias, me he topado con esto:

«Un juez británico desata polémica al afirmar que es un «derecho fundamental» de un hombre tener sexo con su esposa», cita el titular en concreto. (Leer noticia aquí).

Desgraciadamente es un debate ya viejo. Desgraciada e inexplicablemente, claro. Para empezar, establezcamos claramente la diferencia entre derecho y privilegio. Que los hombres hayan disfrutado a lo largo de la historia de una serie de privilegios de los que las mujeres carecemos es un hecho aceptado por fin casi universalmente. Algunas de las partes más significativas de esos injustos privilegios siempre han estado relacionadas con el sexo y el poder en el entorno familiar. Ya se sabe, «en el trabajo soy explotado y me siento un mierda pero al llegar a mi castillo… Allí mando yo». Esas podrían ser palabras salidas directamente de la boca de alguno de nuestros abuelos, padres e incluso conocidos de hoy día. Tampoco se escapaban las burguesas de los aires de superioridad de sus familiares varones, pero con el estómago lleno, una mínima cultura que te hace cuestionar la realidad, tiempo de sobra para dedicar a planear una posible huida y posibilidades económicas, todo se vive de manera muy distinta. Pero no voy a entrar de lleno en la transversalidad del feminismo de clase, centrémonos en los derechos y privilegios, porque una burguesa puede luchar perfectamente por la igualdad de derechos de género, pero si se deja en el tintero la supresión de los privilegios que le mantienen por encima de otras mujeres, lo suyo ni es feminismo ni es ná.

Volviendo al tema de los hombres y su supuesto derecho al sexo en pareja. ¿Alguna vez os ha dicho un novio, pareja, marido o amiguete que cuando el gallo no puede cacarear en el corral lo busca fuera? ¿Alguna vez habéis sufrido esta detestable forma de chantaje emocional? A mi modo de ver es un vestigio aparentemente inocente de esta noción de que todo hombre necesita «aliviarse» y para eso está la mujer, le apetezca o no. El concepto tradicional de familia tiene muchísimo que ver en esta historia, curiosamente también, en los fundamentos de la cultura de la violación en la que vivimos inmersos. Esto es:

– El hombre necesita practicar sexo para seguir siendo hombre, sus ansias supuestamente legítimas justifican la agresividad si es necesario. El hombre como animal irracional.

– Sólo se puede practicar sexo – gratis, claro- dentro del matrimonio, así que se une en pareja con una mujer que a partir de ese momento le cuidará, le atenderá en la cama, le dará hijxs, cocinará, limpiará, y se encargará de todo.

– La mujer, incapaz de decidir otro destino sin convertirse en una paria social, acepta que su entorno familiar será su cárcel el resto de su vida. Aprende a sentir pánico de ser abandonada, sin medios, sin posibilidades de obtener un trabajo que le permita sobrevivir, sin futuro más allá de su marido, le ame o no (nunca fue cuestión de amor esto de la opresión).

– El hombre entiende como un derecho propio utilizar el cuerpo de la mujer, como lo haría con cualquier ornamento de su hogar, porque lo dicen la ley y la maldita religión, sea la que sea. Nuestros cuerpos siempre han estado a disposición del exterior, ni hoy en día podemos decidir libremente lo que queremos hacer con ellos.

Esta relación de afirmaciones con algunas variantes ha ido viajando en el tiempo inexorablemente hasta nuestros días, hasta el punto de que el tema del consentimiento sigue siendo una constante en los debates en medios de comunicación y un tema peliagudo a tratar entre los y las más jóvenes.

Según la RAE, esa institución arcaica que hiede a naftalina y alcanfor en armarios muy cerrados, el término «violar» tiene como verbo varias acepciones. La segunda reza: «Tener acceso carnal con alguien en contra de su voluntad o cuando se halla privado de sentido o discernimiento». En referencia a la noticia de la que hablaba al principio, este caso es dolorosamente claro. Si la mujer casada con ese animal, a causa de una enfermedad, no tiene habilidades cognitivas – o lo que es lo mismo, no es consciente de nada ni tiene capacidad de elegir-, lo que el marido pretende es tener el derecho legal a violarla cada vez que le venga en gana y para siempre. Así de claro. Este tipo no es el único ni el último que utilizará su hogar como feudo personal y reclamará sus derechos de señor absoluto cuando esté en él. No soy tan ingenua como para no saber que este tipo de cosas ha pasado siempre y que legislar contra conductas sociales y culturales no hace que desaparezcan, sino que las clandestiniza y por ende las suele recrudecer. Por el contrario y paradógicamente, legislar a favor de normalizar ciertas conductas suele cambiar de manos las carteras que manejan el dinero, pero la explotación no desaparece. El resumen es claro, no? Si eliminamos los factores que hacen que una parte de la población se vea en necesidad de someterse ante otra parte, no habrá que prohibir o normalizar nada. Mientras existan las clases sociales habrá opresiones, no hay más.

Desafortunadamente, no todos los casos son mediáticos ni tan claros de definir como el del artículo. La delgada línea que separa los conceptos «consentimiento activo» y «falta de consentimiento» o «consentimiento ausente» es violada – si se me permite el término, bastante al caso dado el tema- continuamente en estos días, tanto en la calle como en el entorno familiar. Estamos empezando a ser conscientes de que hay veces en las que no ser capaz de decir «NO», no debe dar por hecho que hay consentimiento para que te usen, te torturen, te humillen y te destrocen la psique para siempre. Para empezar, «NO» no es una palabra mágica. No es como decir abracadabra y que el cerdo que te tiene agarrada de pronto se abroche la bragueta y se vaya. Hay infinidad de veces que un «NO» no nos ha servido. Ni 20 noes. Así que no lo pongamos como unidad de medida de consentimiento, no funciona.

Tratándose además del caso de la violación en pareja, lo más normal es que no exista el NO. La mujer siente que es su obligación satisfacer al animal que hay encerrado en su marido o novio, nos da miedo que se enfurezca, que nos abandone, que encuentre otra mujer que sí sacie sus voraces deseos… Es increíble cómo nos hacen creer tamañas burradas. Ningún hombre encierra un animal, los hay muy cerdos pero eso es otra cosa. Para ellos es tan fácil controlar su ansia sexual como para nosotras. El problema es que llevan toda la vida prefiriendo considerarse medio salvajes, seres involucionados, y seguir disfrutando de sus privilegios disfrazándolos de derechos. ¿Cómo, oh diosas del Olimpo, podría un hombre saber que no debe violar a una mujer si ella no lo niega verbalmente o incluso parece no luchar físicamente para evitarlo? ¿Qué misteriosa magia pretendemos las feministas que aprendan los hombres para llevar a cabo tamaña gesta?

Fácil.

Primero pregúntale si quiere follar. Si dice no, no quiere follar. Aquí no vale que esté borracha, ni enferma, ni que le estés apretando el brazo, por ejemplo, mientras le preguntas vale? Si dice sí, adelante, a follar con respeto y a disfrutar que el mundo se va a acabar, pero eso sí, si no sabes diferenciar un sí de resignación de un «SÍ» de lujuria, mejor no lo hagas, búscate un o una buena psicoterapeuta que arregle tus problemas sociales. Hasta lxs críos pequeños aprenden a detectar las emociones ajenas en sus caras, gestos y actitudes. Y si lo que te pone en verdad es el rollito sometimiento «te voy a demostrar quién es el macho aquí», no lo excuses en tu ignorancia, más que tonto eres un despojo.

En resumen, NO. No tenéis derecho al sexo por que sí. El sexo es consensuado cuando implica a dos o más personas. Sólo así es sexo, y no tortura.

2 comentarios

  1. Más claro no puede decirse, más alto sí. Como hombre, me causa vergüenza, repugnancia y un asco tremendo, saber que, desgraciadamente, siguen existiendo «hombres» así. Es una lacra que debemos, entre todos y todas, hacer desaparecer de una vez por todas.desde mi más humilde opinión, como padre de 2 niñas,les digo a esos que se hacen llamar «hombres», que se miren bien al espejo cada mañana y se den cuenta que el reflejo que están viendo, es el rostro de un cerdo, y les pido perdón a los cerdos.
    Que piensen, si les gustaría que a sus madres o hijas si las tienen, las traten de la misma manera. Aunque dudo muchísimo, que ese tipo de «personas», sean capaces, si quiera, de pensar.
    ¡¡¡Acabemos con esto de una vez!!!

  2. Gracias por este artículo tan matemático, conciso y perfecto para exponer la sinrazón del libertinaje patriarcal.
    No querer entender, es simplemente ser SEMIHUMANO. Y por ahora no parece que sea un insulto (para estas criaturas del averno).
    Pero… la lucha FEMINISTA se ha desbordado, es imparable, lo que sembremos ahora, ya lo recogerán otras, así como vamos también recogiendo lo que otras sembraron con sus uñas y su vida. EL RÍO SE HA DESBORDADO. SERÁN MUJERES Y HOMBRES IGUALES, HOMBRES Y MUJERES EN IGUALDAD , SERÁN.

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