Prostitución, política y derechos laborales

A raíz de la inscripción en el BOE del colectivo OTRAS como sindicato de trabajadoras del sexo, vuelve a cobrar relevancia entre nosotras el eterno debate sobre la prostitución y sobre cómo se enfrentan a ella las distintas organizaciones políticas, especialmente las consideradas de izquierda, que son las únicas de las que las mujeres feministas esperamos algún pronunciamiento interesante.

En primer lugar, debo reconocer que no creo que pueda aportar nada nuevo al debate. Tampoco quiero repetirme, pero me gustaría incidir en unos argumentos que, de puro obvios, a veces parecen olvidarse.

Y así, al margen de las consideraciones feministas de que la prostitución es una forma de violencia, un tipo de esclavitud y un atentado contra la dignidad de la persona;
sin tener en cuenta el argumento esgrimido por el feminismo de que es por la condición patriarcal por la que los hombres, considerados en su construcción genérica, pagan por disponer de las mujeres y poder hacer con su cuerpo lo que quieran;
obviando las consideraciones del feminismo de que la pornografía es equiparable a la prostitución y está educando a la juventud en un sexo violento y desalmado;
dejando de lado que el abolicionismo defendido por el movimiento feminista JAMÁS ha pretendido penalizar ni perseguir a las personas prostituidas de ninguna manera, sino acabar con esa práctica del sexo por dinero atacando a los proxenetas y disuadiendo a los clientes,
y finalmente, sin tomar en consideración qué fue primero, el huevo o la gallina, en este tema, es decir: qué nos ha traído a esta situación si el patriarcado o la explotación clasista,
voy a intentar explicar las razones por las que estoy en contra de la formación de un sindicato de «trabajadoras del sexo».

ES LA MORAL, POR SUPUESTO

El sexo, que es lo que se compra en la prostitución, no es equiparable a otro «producto» cualquiera que se comercie y no, como algunos pretenden, por mojigatería, ni por una moral religiosa y retrógrada, sino porque la práctica del sexo no es libre, para nadie, ni por dinero, ni por amistad, ni por simple gusto: una chica no puede comerle el coño a su amiga en la sala de espera del dentista, ni en la plaza, ni EN NINGÚN LUGAR PÚBLICO. Porque el sexo es PRIVADO. Esto es así y, que yo sepa, ninguna corriente de estas que defienden la regulación del sexo de pago, está intentando cambiar esa «moral», ni reivindicando lugares públicos para el sexo que se practica por puro placer, sin contraprestación económica.

Un chico no puede follar con su padre, este a su vez no puede follar con un niño, ni con su hermana…Porque el sexo, además de privado, es PERSONAL y PRIVATIVO y está fuertemente protegido por la moral colectiva, moral que, ante los ejemplos mencionados, ningún defensor o defensora del sexo-como-otra- actividad- cualquiera se atreve a cuestionar.

La compra de sexo no es el fruto de un trabajo cualquiera, como no lo es el alquiler de mujeres para generar hijos-productos, ni la compra-venta de órganos, o de personas, amigos, hijos o padres. Si alguien quedó huérfano no puede acudir a ningún mercado regulado a comprarse otro padre. Si alguien necesita un riñón, tampoco.

Esta consideración del intercambio de sexo como algo trivial, tan normal como adquirir una barra de pan, que solo se da cuando hablamos del negocio del sexo, es absolutamente falaz y la pretensión de reivindicar la libertad para la práctica sexual solo desde ese punto de vista mercantilista y monetario, no me mueve en absoluto. No sería jamás mi lucha.

NO ES NUESTRA LUCHA

La prostitución «ideal», esa a la que le cantan algunos de nuestros artistas más cotizados, la visión de la mujer amiga, madre, amante, independiente, formada, incluso defensora del feminismo, muy activa sexualmente y libremente promiscua, que cobra -y bien- por tener sexo voluntario y deseado con otra persona, orgullosa de no tener que realizar otro trabajo más duro, no deja de ser una farsa. De ser cierta y en la medida en que algunas y algunos pretenden, ¿qué necesidad tendrían esas señoras de nosotras, de nuestra lucha feminista?

Defender los derechos humanos (no laborales) de quien ejerce la prostitución, ayudar a que deje de ser vista como un crimen, por supuesto, como cualquier relación sexual (tampoco puedo aceptar que el sexo pagado sea el mejor y las personas que lo usan las más liberadas).

¿Pero es que vamos a salir a las calles a pedir espacios públicos, respeto y privacidad para que señores con los bolsillos llenos puedan tener las mujeres que les plazca, cuando les plazca y donde les plazca, además de llenarles los bolsillos también a otros tantos criminales, proxenetas, chulos y «empresarios del sector»?

NO ES UNA LUCHA DE CLASE

Capitalismo y prostitución

Hay quienes, en este tema como en tantos otros, están sumamente documentados y en situación de demostrar perfectamente que hasta que no acabemos con el capitalismo, no acabaremos con la prostitución y que, ante esta verdad inamovible, lo mejor es, entre tanto, garantizar los derechos de las trabajadoras, es decir, regular esta «actividad laboral» (entre tanto, entre tanto, ¡cómo se le hace el juego al capitalismo!).

Reconozco que capitalismo y prostitución están íntimamente ligados y que la clase determina la explotación, pero la aceptación de la prostitución como trabajo y de términos como «trabajadoras del sexo» es, para mí, la expresión máxima del capitalismo, su aceptación y su defensa.

Llama la atención que compañeros preocupados por las alianzas con el estado y sus fuerzas represoras que el feminismo abolicionista parece obligado a defender para acabar con la prostitución, no se lleven las manos a la cabeza ante la misma «alianza» en el caso, por ejemplo, de los abusos a menores ¿O no son las mismas fuerzas del mismo estado capitalista quienes persiguen a los pederastas? ¿Acaso hay, ahora mismo, alguna manera de zafarnos de esa terrible alianza con el sistema, defendiendo al mismo tiempo la persecución de esos criminales? ¿Qué fuerza, si no es la de este sistema, persigue hoy a los violadores y abusadores?

Reivindicar la libertad de tener sexo donde, como y cuando quieran PORQUE PUEDEN PAGARLO, exigir respeto para ese sexo, para esa promiscuidad y esa moral supuestamente exenta de prejuicios, que únicamente se da si hay dinero por medio y que encima esto lo defiendan mujeres, constituye, sin duda, el delirio del hombre capitalista, su paraíso celestial y su triunfo.

Sería triste que organizaciones de clase, que no aceptan hacer frente común con el llamado feminismo burgués porque, según dicen, este solo defiende a las mujeres burguesas y no a las explotadas, aceptaran, en cambio, una alianza con partidos como Ciudadanos y defendieran la regulación de lo que se ha dado en llamar «prostitución voluntaria», es decir, esa prostitución que no es precisamente la que ejercen las mujeres más débiles, las niñas, las que son vendidas, drogadas y violadas sistemáticamente. Nada hace pensar que la regulación de esa prostitución fuese a mejorar las condiciones de vida de las esclavas. Al contrario, muchas de ellas pasarían a ser «voluntarias» o se quedarían sin comer.

El estigma social (Todas somos putas)

La mujer que ejerce la prostitución voluntariamente sufre un estigma social y una criminalización que son idénticos a los que soportan aquellas otras mujeres que follan mucho, también de manera voluntaria, pero sin obtener beneficio económico alguno. ¿De verdad vamos a pedir que se acabe con esa mala consideración de las que cobran por follar, mientras nos olvidamos completamente de aquellas otras, que solo quieren disfrutar del sexo todo cuanto puedan -y gratis- y a las que se desprecia igualmente y con el mismo apelativo, además de haberlas considerado enfermas (ninfómanas) tantas veces a lo largo de la historia?

¿Y qué decir del estigma social y -mucho más grave- las agresiones, condenas y torturas que padecen a diario lesbianas, trans, gays, por todo el mundo?

Sexo libre

Sería triste ver que organizaciones anticapitalistas se hicieran eco de reivindicaciones contra la abolición de la prostitución, defendiendo la libertad de las consideradas «trabajadoras del sexo» y no se preocuparan por la situación de falta de libertad sexual a que estamos sometidas a lo largo de toda nuestra vida, especialmente las mujeres y las personas LGTBI, entre quienes se incluyen, por supuesto, las mujeres trabajadoras (aunque, claro, no por su condición de obreras).

SIN TRABAJADORAS NO PUEDE HABER SINDICATO

Un sindicato no es lo mismo que una asociación. Asociaciones de personas relacionadas con el negocio del sexo hay muchas (APROSEX, AFEMTRAS, HETAIRA…), pero un sindicato es otra cosa.

La legalización de un sindicato supone no solo el reconocimiento como trabajadoras y trabajadores de los miembros del colectivo al que representa, sino también el de la patronal que los explota (en este caso chulos y proxenetas), como empresarios con los que negociar.

Una de las características laborales que todo sindicalista reconoce es que la consideración de trabajadores de un colectivo les coloca siempre frente a los intereses de su patronal.

Por eso, cualquier trabajador sospecharía de un sindicato que ha sido constituido por la patronal y cuyos miembros defienden los intereses de los empresarios del sector.

Defiendo la libertad y la dignidad de las mujeres, que son mayoría en el escalafón más bajo del negocio de la prostitución, y censuro a todo aquel, rico o pobre, trabajador o burgués, que prostituya a una mujer. Además, resulta que yendo contra la prostitución se va contra el capitalismo. Pero para eso hay que rechazar la condición de trabajadora de la prostituta y considerarla exclusivamente como mujer. Arduo empeño, me temo.

PARTIDOS POLÍTICOS

Y finalmente, toca hablar de los partidos políticos y los gobiernos que respaldan algunos de ellos.
El silencio en este tema de algunos grupos no es buena señal, pero la vana declaración de defensa del feminismo y del abolicionismo de otros no puede ya engañar a nadie.

Porque donde rige la partitocracia, hay que acudir al discurso programático de cada partido para saber qué defienden, además de comprobar después si lo cumplen cuando llegan al poder.

Para acabar con la prostitución, no basta con jactarse de ser abolicionista, después hay que incorporar medidas que acaben con los prostíbulos, los proxenetas, los puteros y su impunidad, como se ha hecho en otros países con Suecia a la cabeza; hay que presupuestar y liberar centenares de miles de euros para dar alternativas a las prostituidas que quieran dejar de serlo; hay que defender una educación que acabe con la consideración de las mujeres como personas de segunda categoría, sometidas al dominio del varón, más virtuosas cuanto más vírgenes y puras; hay que erradicar la publicidad que fomenta la cosificación de las mujeres y la violencia hacia nosotras, hay que acabar con las noticias sesgadas y permitir la libre expresión para que las personan que opinamos diferente no seamos silenciadas por nuestra indumentaria o nuestros actos reivindicativos; hay que proteger de toda violencia a las mujeres y, con ellas, a todas las personas violentadas por hombres, tengan la identidad que tengan y hagan lo que hagan con su cuerpo.

Es decir, además de dictar leyes y presupuestos para conseguir acabar con la demanda de sexo de pago, un gobierno feminista tendría que eliminar de una vez y sin ambages el Concordato con ese estado extranjero que es el Vaticano e impedir que sus leyes nos obliguen en este país, tendría que eliminar la educación religiosa que se imparte mayoritariamente gracias al concierto educativo y social: no más dinero público para escuelas religiosas, no más pisos de mujeres, menores o mayores tutelados por la iglesia.

Quien tiene la educación tiene el futuro y bien que lo saben los dirigentes de la iglesia y sus aliados, por eso la tienen bien sujeta y no hay modo de que la suelten voluntariamente. Al contrario: cada vez hay más instrucción religiosa en este país, y eso gracias a todos los partidos que tienen alguna representación institucional. A TODOS.

Tendría que derogar la LOMCE y la ley Mordaza.

Habría también que acabar con la deuda que los grandes partidos tienen con las entidades bancarias y, por ende, con sus voceros, los medios de comunicación que tratan a las mujeres tal y como manda este rentable negocio.

Tendría que modificar la L.O. 1/2004 para incluir como violencia de género no solo la que ejerce el hombre que ha sido o es pareja de su víctima, sino también el «cliente» desconocido en una relación comprada.

Mientras estas medidas no estén sobre la mesa, da igual qué postura digan defender esos partidos que presumen de feministas, no vamos a creer en sus discursos, ni vamos a callar nuestras demandas.
Seguiremos llenando las calles con nuestras consignas contra los que comercian con el sexo de las mujeres y contra los partidos y las instituciones que lo permiten.

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